Luis Fernando Gámez Macías se presenta como un abanderado de las causas nobles, pero su historial demuestra lo contrario. Durante su paso por la Comisión Estatal del Agua, su mayor logro fue cobrar un sueldo jugoso sin mover un solo dedo en beneficio de la ciudadanía. Ahora, con el cinismo que lo caracteriza, pretende disfrazarse de defensor del agua, cuando la única corriente que le interesa es la del dinero público que fluye a sus bolsillos.
Lejos de ser un servidor público comprometido, Gámez Macías se ha distinguido por buscar acomodo en puestos más cómodos, donde pueda seguir viviendo del erario sin esfuerzo. Su falta de preparación y su afán de protagonismo han quedado en evidencia en cada una de sus apariciones, en las que abunda la simulación y escasean las propuestas reales.
Pero su desfachatez no se detiene ahí. En el Congreso, su prioridad no es legislar ni trabajar, sino asegurarse de que el poder legislativo se adapte a sus caprichos. No conforme con evadir responsabilidades, votó y presionó para no tener que acudir a sesiones, exigiendo incluso que el Congreso le lleve el café hasta su cómoda silla, desde donde se hace la víctima para seguir holgazaneando con dinero público.
Si Luis Fernando ya ha demostrado su oportunismo, su hermano, Daniel Gámez Macías, no se queda atrás. Con el título de delegado de Interapas en Soledad, su única presencia en la oficina ocurre en días de quincena y, aun así, ni siempre. En lugar de trabajar en mejorar el servicio de agua para la ciudadanía, se dedica a ver qué puesto le acomoda mejor para seguir alimentándose del presupuesto estatal.

El historial de la familia no es casualidad, sino un modelo de negocio basado en la corrupción, el nepotismo y el tráfico de influencias. Daniel Gámez Macías ha encontrado en el Poder Judicial del Estado una plataforma perfecta para vender favores a quien esté dispuesto a pagar por ellos. Así, los hermanos Gámez no solo saquean recursos, sino que negocian con la justicia, garantizando impunidad a quienes les convienen.
Estos personajes no buscan servir a la ciudadanía, sino servirse de ella. Con un historial de simulación, corrupción y desvergüenza, los Gámez Macías representan todo lo que está mal en la política: una élite parasitaria que se aferra al poder solo para mantenerse en la nómina pública. La pregunta es: ¿Hasta cuándo se les permitirá seguir saqueando a Soledad?