En una brillante muestra de compromiso con la «productividad», el Congreso del Estado avaló reformar su reglamento para permitir que diputados realicen sesiones de comisiones desde la comodidad de sus casas, cafeterías o, quién sabe, hasta la playa. La modificación —aprobada con 23 votos a favor y solo uno en contra— borra el requisito de justificar reuniones virtuales solo en emergencias, abriendo la puerta a que los legisladores eviten la tediosa tarea de presentarse físicamente para trabajar.
Marco Gama Basarte (Movimiento Ciudadano), único en oponerse, arremetió contra lo que llamó un «riesgo para la seriedad legislativa«. Con ironía digna de un stand-up, rebatió: «Según la OIT, el 75% de las reuniones virtuales fracasan por distracciones«.
Probablemente ahora las leyes se aprobarán entre pausas de Netflix y una dudosa comodidad.
La reforma, impulsada por Jacqueline Jáuregui Mendoza del Partido del Trabajo (qué ironía, verdad), y quien acudió en tennis a la sesión, se defiende con el argumento de «facilitar» la asistencia ante «contratiempos» (¿tráfico? ¿despertador fallido?). «No es por flojera, ¡lo juro! Todos tenemos responsabilidades«, declaró la diputada, sin explicar por qué, entonces, no basta con casos excepcionales.
El detalle que «olvidaron»:
- El artículo 135 antes exigía fuerza mayor para sesionar virtualmente (pandemias, desastres). Ahora, bastará con… ¿un mal día?
- Ningún criterio claro limita los «contratiempos», abriendo la puerta a sesiones fantasma o debates sin debate.
Mientras la ciudadanía exige transparencia, el Congreso prioriza su zona de confort. ¿El próximo paso? ¿Votar leyes por emoji? La «innovación» legislativa, al parecer, no tiene límites… ni pantalones.